[Comic] Avatares de la historieta en Costa Rica.

La historieta es a la caricatura lo que la novela es al
cuento. La historieta es arte del dibujo y el relato, concebido para su
difusión masiva. Como narración, la historieta se mueve en el tiempo,
traza acciones y personajes, y construye ambientes. En su ya clásico
estudio La historieta en el mundo moderno (1970), el argentino Oscar Masotta la llama “literatura dibujada”.
En Costa Rica, la historieta y la caricatura inician juntas su recorrido. José María Figueroa, primer humorista gráfico documentado, despliega un amplio abanico de propuestas historietísticas en Figuras y figurones ( circa
1870-1890). Conformado por varios álbumes, el documento estuvo inédito
por más de cien años: aunque en un inicio influyen las limitaciones
técnicas, sus mordaces críticas lo mantuvieron oculto por decenios.
En 1892, la caricatura se incorpora a la prensa: casi 70 años después de haber iniciado el periodismo ilustrado ( New York Mirror, 1823). Ya en 1830, en París, el dibujante Philipon había publicado La caricature politique, moral et littéraire con un grupo de notables artistas.
En Costa Rica, la historieta emprende su desarrollo junto al proyecto liberal y la construcción simbólica de la nación.
Creada
por los dibujantes, es distribuida en los mismos medios: la explosión
de semanarios y revistas en los estrenos del siglo XX –su vehículo
primordial– la convierte en un instrumento político-ideológico: la
historieta es parte del juego electoral –luego conformará folletos
propagandísticos–. Además, las hubo sociales y publicitarias.
Aquellas
obras cuentan la historia de los protagonistas políticos y sociales, no
la de personajes “ficticios” inventados por el artista –según lo
plantea la historieta llamada “moderna”–. Como todo relato, son formas
de ficción.
El patillo, personaje simbólico de la
nación, participa infatigable en el gran relato construido por el humor
gráfico. Dibujado por distintas manos en todos los momentos, en 1922
encarna a uno de los traviesos protagonistas de la historieta Aventuras de Microbio y Corvetas, de Paco Hernández, un aperitivo dominical del Diario de Costa Rica.
La
historieta sigue planteamientos y estilos propios de la época. A
menudo, muestra diseños creativos que evidencian que es imagen,
narración y montaje.
En sus ilustraciones para los Cuentos de mi tía Panchita ( Carmen Lyra, 1920), Juan Manuel Sánchez Barrantes traza sus hermosas secuencias gráficas en cascada y sin palabras; pero el Indio también crea historietas en el sentido cabal: tiras generalmente de cuatro viñetas con composiciones estróficas al pie ( Farolito, 1949-1952).
Como
lenguaje con una identidad propia, la historieta reúne –y refunde– los
lenguajes de la imagen y la narrativa, aunque no incluya palabras. Hoy,
los originales dibujos de línea continua de Ricardo Ulloa Garay hilvanan historietas: escenas que narran, acertijos que se resuelven en el dibujo mismo.
Por
otra parte, los “muñequitos” –como se los ha llamado en otros países
latinoamericanos– están sujetos a los conceptos de libertad de expresión
y prensa de los medios donde circulan. En El Látigo,
Henry Harmony juega con el contrapunto entre dos viñetas: el graznido
de la ley de imprenta establece la diferencia entre “la prensa de ayer y
la de hoy” (1900).
Los años 70.
Tras decenios de participar en la prensa, sobre todo del humor
editorial, la historieta y la caricatura son desplazadas: “Los
periódicos prefieren las tiras cómicas extranjeras; aunque insulsas en
su mayoría, son más baratas”, exclama Noé Solano en 1954.
Ya entonces, los “sindicatos” estadounidenses universalizan la cultura del comic mediante los periódicos y los comic books. La ausencia de obras nacionales se suma a la fascinación que el comic ejerce sobre sus lectores: como en otros sitios, el comic tico muestra hoy que uniformó estilos y lenguajes gráficos.
Pese al reinado del comic,
en los 70 se abre una etapa de apogeo del humor gráfico nacional donde
la historieta es protagonista. Desde la década anterior, Quino y Rius
ejercen un fuerte impulso en la producción del continente: destacan Fontanarrosa y Caloi en la Argentina, Juan Acevedo en el Perú, Hugo Díaz y Fernando Zeledón –con sus planas de historieta de fuerte humor crítico– en Costa Rica.
La revista “Farolito” presentó esta historia del negro sambo Tom. El
artista Juan Manuel Sánchez Barrantes realizó esta ilustración.

 
Asimismo, el recién fundado Ministerio de Cultura,
Juventud y Deportes estimula la creación artística y cultural, incluido
el humor gráfico, y la prensa abre sus páginas a esta expresión visual.
Encabezando la sección de entretenimientos, el periódico socialdemócrata
Excélsior (1974-1978) publica a diario, por casi toda su existencia, la historieta de aventuras Carlos Pincel, del joven Carlos Alvarado.
En 1976, Hugo Díaz
recibe el Premio Nacional en Periodismo Joaquín García Monge –el
primero de tres galardones nacionales– en reconocimiento a su labor en
los medios. Al año siguiente, la Editorial Costa Rica publica el libro
antológico El mundo de Hugo Díaz e incluye 69 historietas de Pueblo.
Entre otros aportes de Díaz a la historieta destaca su versión de Las fisgonas de Paso Ancho
(1990), obra de teatro de Samuel Rovinski. Sin embargo, la publicación
mensual “fue un gran fracaso”, se duele don Hugo en 1994 y añade: “No
pudimos competir con las grandes empresas de revistas que las imprimen
por millares y las distribuyen en toda Latinoamérica”.
Su
comentario puntualiza las dificultades y permite valorar su magnitud:
son dos autores y una obra literaria ya consagrados por las
instituciones artísticas correspondientes.
Los años 70 además registran importantes logros en el campo infantil: Juan Díaz crea Glupy, una tira que transita en diarios nacionales y se transforma en la primera historieta de circulación continental, y Carlos E. Figueroa publica las primeras revistas de historieta educativa realizadas en el país: Tricolor y Tricolín , y se convierte en un abanderado del campo.
Esas revistas, junto con el suplemento Zurquí (lanzado en 1979) y la revista Tambor (en 1986), ambas de La Nación,
concentran un semillero de artistas que en buena parte se integrarán
al reconocido Foro de Ilustradores Gama. Su quehacer central será la
ilustración: en Costa Rica no se puede vivir del humor gráfico. Omar
Valenzuela, Alexander Corrales y Vicky Ramos son los historietistas principales de Tambor.
Esas
publicaciones recuperan el valor educativo de la historieta, ya
planteado en la primera mitad del siglo XX por emblemáticas revistas
infantiles: San Selerín,Triquitraque y Farolito con sus tiras cómicas y “cuentos ilustrados”: relatos que coquetean con la historieta.
Dirigidas
por grandes maestros e ilustradas por admirables artistas, aquellas
revistas pioneras evidencian los aprietos económicos que sufren. Estos
afectan su periodicidad y terminan por sepultarlas, pese al disfrute de
la niñez, al interés del sistema educativo y la calidad del material.
“Creímos que Triquitraque
se iba a morir, como se murieron también por pobres otras revistas para
niños que se han editado en Costa Rica. Sí, por pobre se murió el
precioso San Selerín, que hizo delicias de vuestros padres cuando eran niños”, confiesa Triquitraque
en 1944 cuando anuncia su regreso tras un año de ausencia. Tal será la
espada de Damocles que penderá sobre las revistas… y sus historietas.
Sánchez
Molina, Ana Cecilia (
14 de junio de 2015) “Avatares de la historieta en Costa Rica”. San José, Costa Rica. Periódico La
Nación. Recuperado de http://www.nacion.com/ocio/artes/Avatares-historieta-Costa-Rica_0_1493650653.html.
La autora ha publicado los libros “Historia del Humor Gráfico en Costa
Rica” (Editorial Milenio, 2008) y Caricatura y prensa nacional (EUNA,
2002).